La primera carrera por la que optó José al terminar su bachillerato fué la misma de su padre, el derecho. Al igual que muchos otros miembros de su generación, él eligió estudiar en otra ciudad, San Cristóbal, en la Universidad Católica. Corría el año 1994.
Aunque muchos podemos estar de acuerdo en que José fué desde muy jóven poseedor de algunos rasgos prominentemente excéntricos, se puede decir que era un muchacho seguro de sí mismo en su desenvolvimiento social, además de poseer cierta afición por las mujeres. Fué así como al poco tiempo de instalarse en la ciudad extraña, él contaba ya con un sólido grupo de amigos y una bella novia.
La chica en cuestión era todo un fetichito. Tenía apenas 20 años y era de una hermosura estatuesca. Ella era como un cuaderno en blanco que ruega por un autor que lo aproveche, estaba ávida de conocimientos y experiencias. Se llamaba Helena.
El único, y no tan grave, inconveniente era la madre de Helena. Era una mujer en los 50, de un amargo humor cínico. A veces tendía a fiscalizar demasiado a su hija, limitando su tiempo con José. Cuando él iba a buscar a Helena, la señora solía hacerle unas tediosas e interminables críticas a su pelo largo, argumentando que ningún abogado respetable podía llevar el pelo así. El padre vivía también con ellas, pero era virtualmente invisible, Helena hablaba muy poco de él.
Un día josé fué aceptado en el equipo de natación, y a modo de bautizo, sus compañeros le raparon el pelo. Esa noche Helena lo llamó para invitarlo a almorzar en su casa al día siguiente. Iba a conocer al fin a su padre.
José llegó puntual a la cita, y tanto Helena como su mamá se sorprendieron con el nuevo aspecto.
Se sentaron en la sala a esperar a que bajara el padre de Helena, cuando la señora le preguntó a José acerca de su cabeza rapada. Con una sonrisa irónica, él dijo que le habían detectado un tumor canceroso y que se le había caído el pelo por la quimioterapia, así que prefirió pasarse la máquina.
La atmósfera en el cuarto se alteró brutalmente ante su comentario. Helena dejó escapar una carcajada ahogada y empezó a sollozar. Por la cara de la madre, uno podría deducir que alguien le había enterrado la mano en el pecho y le había sacado el corazón. Fué como si una bomba hubiera caído en la sala.
José quedó perplejo y sin entender nada hasta que sintió que alguien bajaba por las escaleras.
Era el padre de Helena. Tenía la cabeza rapada y en su cara se veían las huellas del dolor de la quimioterapia, único freno del tumor canceroso que lo devoraba vivo por dentro.
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